El año pasado, una de mis primas —una de esas que se criaron en mi casa y pasaron mucho tiempo con nosotros— vivió algo terrible: su esposo falleció repentinamente.
Lo único que pude hacer fue ayudarla económicamente justo cuando más lo necesitaba.
No habría podido hacerlo sin los recursos disponibles, o si hubiera tenido que desatender mis propias necesidades.
Las mujeres —sí, hablo de ti y de mí— tenemos una habilidad especial para ayudar a otros (aunque muchos hombres también la posean).
OJO A ESTO: ayudar se complica cuando no hay ventas suficientes o cuando nuestro esfuerzo no se refleja en los ingresos.
He tenido que cambiar muchos paradigmas respecto al dinero, la prosperidad y el dar sin recibir, para dar este paso.
Para mí, poder ayudar no depende de tener millones en el banco; con miles, ya puedo hacerlo (y me sobra).
Tengo un llamado interno que grita cada vez más fuerte: dar no debe hacerse con condicionamientos.
Intenté ignorarlo, pero es demasiado poderoso.
Antes, daba dinero renegando, y curiosamente, ese dinero también regresaba a mí renegando.
Ahora, entendí lo conectado que está todo.
Y asumí con asertividad que mi tiempo, mi bienestar y mi prosperidad son prioridad, y desde allí, puedo compartir con amor.
Hoy, si un familiar, amigo o alguien que amo necesita mi ayuda económica, lo doy con gusto siempre que pueda.
Aclaro que llegar aquí no fue fácil, pero el cambio de perspectiva fue posible.
Me alejé de personas que me drenaban y tomé decisiones que, en armonía con los demás, me priorizan.
Fue vital aprender a sentirme rica de manera natural, aunque mi cuenta bancaria no lo reflejara al inicio.
La riqueza al natural no es un destino; es un viaje, un estado de nuestra mente, cuerpo y alma, que exige romper creencias limitantes y actuar con seguridad.
Un abrazo con mucho amor,
Melissa